domingo, 4 de mayo de 2014

Por qué la política va en contra del reloj

Daniel Bensaïd
(en "Marx he vuelto", Ed. Edhasa, 2011, Capítulo 6, pag 73 a 75)

Se critica a Marx y a Engels por su chato determinismo económico. Algunos incluso lo acusan de carecer pura y simplemente de un verdadero pensamiento político. Si lo que quiere decirse con ello es que en Marx no se encuentra una teoría de la democracia parlamentaria o de  filosofía política, en el sentido en que la entienden las "Ciencias Políticas" o las escuelas del mismo nombre, esto es todo un hecho. Y no podía ser de otro modo. Marx es un cronista ignorado y sutil de la vida parlamentaria inglesa. Además, en su época, en Europa no había ningún régimen parlamentario. En cambio, sí encontramos en él una crítica de la razón de Estado que va de la mano de su critica de la economía política. Por su crítica del estado hegeliano, Marx está en búsqueda de una política para los oprimidos, para los que están afuera, excluidos o al margen de la esfera de lo estatal. Son los que inventan, con sus luchas cotidianas, su propia política. Se trata de una "política del acontecimiento", que rasga el velo de la reproducción social, y tiene en las guerras y las revoluciones sus formas extremas.

En la trilogía de Marx sobre las luchas de clases en Francia, así como en los artículos de Engels sobre la geopolítica europea, ve la luz una concepción original de la política, de la representación, del estado, de la democracia (1). Marx se convierte en cronista también de las coyunturas políticas, entendidas no como simples ecos de mecanismos económicos, sino como cruce de múltiples determinaciones. La relación de fuerzas sociales y el rol histórico de los individuos se revelan en un juego continuo de desplazamientos y condensaciones, de sueños y lapsus, igual que ocurre con el inconsciente freudiano.

La acción política no se reduce jamás a la mera ilustración de una lógica histórica, o al mero cumplimiento de un destino ya fijado por adelantado. La incertidumbre que lleva consigo el acontecer conserva toda su fuerza. Pequeños hechos provocan grandes repercusiones: en febrero de 1848, la "campaña de banquetes" para reclamar el sufragio universal desborda las intenciones de sus propulsores y termina provocando la caída de la monarquía. "Toda revolución, escribe Marx, necesita de su 'campaña de banquetes'. Para la nueva revolución el tema de la campaña será el tema del sufragio universal."

¡La "cuestión del banquete"! Toda revolución ha tenido la suya: una injusticia singular, un escándalo, una provocación. En 1871, la Comuna de París nació a partir de un intento de desarmar al pueblo de Belleville; la deportación de un oficial acusado de alta traición estuvo cerca de provocar la guerra civil. En mayo del 1968, el desalojo de la Sorbona por la policía desembocó en la huelga general.

El acontecimiento es aquello que rompe el curso de los trabajos y los días, el monótono encadenamiento de una "historia sin acontecimientos": la "Pasión sin verdad; verdades sin pasión; héroes sin heroísmo; historia sin hechos; desarrollos cuyas únicas fuerzas motrices parecen ser las del calendario, repetición cansadora producida por las mismas tensiones y detenciones. Antagonismos que se aguzan entre sí, para atenuarse sin resolverse" (2)

Estas líneas evocan también el tiempo homogéneo y vacío de los calendarios electorales en los que no va a ocurrir nada inesperado. El tiempo de esa historia sin héroes ni acontecer es el de la maquinaria de un reloj, el de la repetición constante de las horas y estaciones.

La lucha política, al contrario, tiene sus propios ritmos. Sus latidos y pulsaciones no van acordes con los de la economía. Entre lo político, lo social y lo jurídico, hay un juego. Lo simbólico y lo imaginario también tienen su parte. "Desde que se establece una relación directa (entre el modo de producción y las ideas políticas), las cosas no se hacen más claras, sino al contrario", previene el viejo Engels en el crepúsculo de su vida (3). En esto es fiel  lo que escribía cuando era joven. Si hay una cosa que los alemanes encuentran evidente, y que los británicos, limitados, no saben admitir, es que en la historia los pretendidos intereses materiales no representan nunca un fin en sí mismos.(4)

Arte de la decisión, la política es pues un cálculo estratégico de resultados inciertos, ya que "sería ciertamente muy cómodo hacer la historia universal entablando la lucha sólo cuando las condiciones favorables fueran infalibles. Una historia así sería, además, de naturaleza sumamente mística". (Karl Marx, carta de 17 de abril 1871). En las revoluciones se solapan los cometidos del presente, del pasado y del futuro. De tal manera que, al "imponer la República" en 1848, el proletariado parisiense conquista el terreno para la lucha ulterior por su propia emancipación, que no puede conseguir en ese momento, en que "aún la clase obrera era incapaz de llevar a cabo su propia revolución"(5).

Recíprocamente, las revoluciones nacionales de Alemania, Hungría e Italia, dependerán del destino de la revolución proletaria, y son "despojadas de su aparente autonomía e independencia de la gran transformación social" (6).

En resumen, la política es un escenario lleno de intrigas y de quid pro quos, donde los actores son travestis que intercambian sus roles, y desempeñan a menudo papeles indeterminados. Es lo que se ve en la comedia del Segundo Imperio; lo que muestran los malos actores que desempeñan los principales papeles. Se confirma la decepción de Marx antes los resultados obtenidos. en Inglaterra con la extensión del sufragio. A los primeros socialistas les gustaba creer que, una vez que la mayoría política se equiparase con la mayoría social, bastaría extender el derecho al voto para obtener la "buena representación" de los oprimidos, y alcanzar la felicidad universal. Sin embargo, la experiencia inglesa demuestra que los obreros están lejos de votar necesariamente según los intereses de clase, más bien al contrario.

Estamos pues bastante lejos del chato determinismo sociológico atribuido a Marx y Engels por sus detractores.

Notas
1- Les luttes des classes en France (1850), seguido de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, París, Gallimard, "Folio", 2002. La Guerre civile en France, París, Éditions sociales, 1968. Para el 18 Brumario, ver las reediciones (2007) en las colecciones "Le Livre de poche" (presentación de Jean-Numa Ducange et Emmanuel Barrot) y "Garnier Flammarion" (presentación de Grégoire Chamayou). Ver también los artículos de Friederich Engels "Sobre el Po y el Rin" o "Sobre Saboya, Niza y el Rin", en Karl Marx y Friedrich Engels, Escritos Militares, París, L´Herne 1970.
2- Karl MARX, El 18 Brumario, op.cit.
3- Friederich ENGELS, Carta 20 de Febrero de 1887 a Karl Kautsky.
4- Friederich ENGELS, Rheinische Zeitung, 9 de diciembre de 1842.
5- Karl MARX, Les luttes de classes en France, op.cit.,p18 y22
5- Ibíd., p. 41.